Pero cuando se habla de la explosión de las fintechs, resulta difícil no pensar en qué es lo que ha sucedido en medio de esta revolución con la banca tradicional. En un escenario postpandemia, con múltiples cambios en la manera de trabajar, las necesidades de los usuarios han evolucionado y las entidades financieras clásicas han debido reinventarse para estar a la altura del desafío. A diferencia de lo que suele pensarse, hoy día ambas estructuras conviven en armonía con el objetivo de ofrecerle a los clientes lo mejor de los dos mundos.
CUANDO LA UNIÓN HACE LA FUERZA
Desde la década de los 70 cuando se creó la primera fintech hasta nuestros días, la relación entre ambos modelos de negocio no ha sido siempre la misma. En un comienzo estas startups innovadoras fueron percibidas por los bancos como una verdadera amenaza.
En gran parte por la flexibilidad que las nuevas tecnologías les permitían ofrecer a sus clientes en un momento en el que las entidades bancarias tradicionales comenzaban a quedarse atrás con procedimientos arcaicos y a menudo complejos. Sin olvidar tampoco el marco regulatorio estricto de estas últimas, que les dificultaba aplicar cambios con la rapidez que demandaba el mercado. Además, las fintechs contaban con otra enorme ventaja: eran accesibles 24/7 a través de un ordenador o una aplicación móvil, sin necesidad de acudir en persona a una sucursal.
Dada esta realidad, las posibilidades de colaboración comenzaron a plantearse ya no como una posibilidad, sino más bien como una necesidad. Tanto es así que, según un estudio reciente de PwC, el 82% de las entidades financieras tradicionales tienen previsto reforzar sus asociaciones con este tipo de startups en los próximos cinco años.
Trabajando en conjunto con las fintechs, la banca puede incorporar tecnologías innovadoras (inteligencia artificial y big data, por ejemplo) para ofrecer una experiencia digital innovadora y en sintonía con las demandas actuales. Las startups, por su parte, al aliarse con entidades tradicionales pueden beneficiarse de su amplia cartera de clientes para ganar cuota de mercado y volverse más rentables, así como de su infraestructura y capacidad de inversión.
De este modo, bancos y fintechs forman así un dúo poderoso, capaz de dar respuesta a una de las principales prioridades de los usuarios en la era digital: la agilidad y comodidad en las operaciones financieras.